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  LA HISTORIA DE GENARÍN

  ASÍ ERA LEÓN






  
 
LEÓN, AÑOS VEINTE

          A pesar de un clima "sólo apto para los bueyes y algún que otro canónigo", como le gustaba decir a don Gumersindo Rosales, y del catolicismo a machamartillo que tradicionalmente han profesado sus gentes, convenientemente vigiladas por los poderes fácticos, León siempre fue una Ciudad proclive a la jarana, la picaresca y la bohemia dentro de un orden, claro está. Prueba de ello es que en un pueblón que por los años veinte no llegaba a los diez mil habitantes, florecían las tabernas, burdeles, cafés-concert y antros de todo tipo, auténticos islotes de libertad en el esparcimiento de nuestros abuelos. Sus calles eran el escenario de las correrías de numerosos personajes novelescos, entre los cuales la historia ha escogido a nuestro sin par Genarín para que salte por sus páginas rociándolas de orujo y poesía.

          Entre las cantinas y tabernas –auténticos templos de la cultura popular hoy en peligro de extinción- destacaban nombres como "Casa Benito", aún superviviente en la plaza Mayor, que por sí sola merecería la declaración de bien de interés cultural que la preservase de su conversión en un innoble pub o restaurante de serie, la cantina del tío Perrito, en la plaza del Grano esquina con el callejón del Barranco, entonces conocido como "Apalpacoños", el Polvos y el Burro, en el epicentro del Húmedo –que por entonces no se llamaba así-, y, sobre todo, el Esteban, cruelmente defenestrado hace pocos años, la última tasca que visitó Genarín en su noche de Pasión antes de encaminarse hacia el martirio –por eso allí se inicia cada Jueves Santo la cuenta de los treinta pasos en la primera estación de su solemne Entierro- y en cuyo solar dicen haber visto el espectro de un hombrecillo con una botella de orujo en la mano quienes entran a aliviar sus necesidades.



          Los felices cafés-concert eran territorios casi vetados por evidentes razones económicas para Genarín, salvo cuando trabajó de portabaúles para la famosa cupletista Aicha la Hebrea, que tanto éxito tuvo en el "Iris", emporio situado en plena calle Ancha que gozaba de una selecta clientela de políticos locales, tenderos y niños bien. Más de militares y modistillas era el "Lion d'Or", que ocupaba el palacete del actual Hotel París. Y mucho más canalla y pecaminoso era "La Paloma", en la calle del mismo nombre, por la que discurre el Entierro de Genarín, garito en el que los leoneses de la época mandaban a paseo las amenazas del cura de turno sobre el sexto mandamiento.

          La calle del Barranco y, sobre todo, el barrio de San Lorenzo estaban por entonces plagados de casas habitadas por señoritas de aquellas que la Pícara Justina veía en los zaguanes "chupaditas y raiditas, como pichoncillos en saetera". Unas, en calidad de mantenidas de los señoritos de más ilustres apellidos de la Ciudad, y otras, como fieles discípulas de María Magdalena, poblaban un barrio de San Lorenzo que por entonces tenía alma de adobe y cuerpo de gallofa. La Bailabotes y doña Francisquita regentaban lupanares hoy ya legendarios, donde nuestros abuelos se desbravaron con míticas rabizas como la Moncha –el gran amor de Genarín y auténtica Verónica del pellejero en el momento de su muerte-, la Anselma, la Abuelina o la Matacorderos.

          El año de 1929 fue crucial para la cultura leonesa, no sólo por la fundación de la Muy Fervorosa y Herética Cofradía de Nuestro Padre Genarín, sino también por la edición del mejor retrato literario que sobre el verdadero ser de las gentes de esta Ciudad se haya escrito y que está pidiendo a gritos su reedición: la "Guía Cómica de León", escrita por los inefables Ángel Suárez Ema ("Bujía") y Carmelo Hernández Moros ("Lamparilla"), éste último por entonces joven periodista de talante bastante más liberal y corrosivo que treinta años después, cuando con su sacrílega negación de Genarín, publicada en el Diario de León, favoreció la prohibición del Santo Entierro y la era de las persecuciones hacia los discípulos del mártir pellejero.



          León era también un submundo de personajes irrepetibles y casi olvidados, algunos de los cuales se han salvado de la impiedad del olvido gracias a otra obra crucial en la cultura popular leonesa: la "Tabla de Varones Ilustres, Indinos y Malbaratados de la Ciudad de León y su Circunstancia" del Maestro Victoriano Crémer, publicada hace ahora veinte años. En este palimpsesto maravilloso e inclasificable habitan para siempre personajes con los que Genarín convivió en aquel León de los años veinte: el Genuino de Puertamoneda, los poetas Vergara, Estrada y Arnold, Abdón el Campolondongo, el Bemoles, Boto, gran amigo y compañero de correrías de Genarín, Tito Negro y tantos otros que hacían de aquel pueblón un hervidero de pícaros y bohemios resistentes al ideal burgués que acabó convirtiendo León en la anodina ciudad de provincias que hoy conocemos.


   

LEÓN ANTIGUO EN IMÁGENES









































































































































































































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COFRADÍA DE NUESTRO PADRE GENARÍN